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El tercer mandamiento es: Acuérdate de santificar las fiestas.  

Nos manda honrar a Dios con obras de culto en los días festivos. 

Son días de fiesta los Domingos y algunos otros días mandados por la Santa Iglesia. 

En la ley antigua se santificaba el sábado. En la ley nueva se santifica el Domingo, porque en tal día resucitó Jesucristo y el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles. 

Santifica la fiesta el que oye Misa entera y no trabaja sin necesidad.     

OIR MISA  

El que en día festivo falta a la Misa sin justa causa, comete pecado mortal.  

Excusa de oír Misa una causa medianamente grave. 

La Misa se debe oír entera y con devoción. 

Misa entera quiere decir desde el principio hasta el fin. 

La Consagración y la Comunión son las dos partes esenciales de la Misa; basta asistir a estas dos partes para oír realmente la Misa, aunque para cumplir con el precepto en los días festivos, se debe asistir desde el principio hasta el fin. 

Se puede oír Misa y confesarse al mismo tiempo. 

Además de oír Misa, conviene ocupar el día festivo en otras obras buenas como leer algún libro bueno, etc. 

NO TRABAJAR 

El tercer mandamiento prohíbe trabajar en los días festivos. Los trabajos prohibidos son los serviles o forenses. Trabajos serviles son los propios de los artesanos y obreros. Trabajos forenses son las causas judiciales y procesos criminales, los contratos públicos, las ferias, mercados, etc. 

Es permitido en día festivo, leer, escribir, enseñar, viajar, dibujar, etc. Y cualquier actividad sana que no conlleve trabajo fatigoso y lucrativo.

También se permiten todos los trabajos necesarios o convenientes para la vida doméstica, como preparar la comida, barrer, limpiar, etc.  

Las causas justas por las cuales es permitido trabajar en día festivo son: la caridad hacia el prójimo, la piedad hacia Dios y la necesidad. 

En los días festivos se deben evitar la ociosidad y las diversiones peligrosas. Puede uno tomarse algún recreo honesto y moderado, después de haber cumplido con los deberes religiosos. 

La santificación del día festivo es útil, no sólo al alma, sino también al cuerpo; pues el descanso contribuye mucho a la conservación de la salud. No santificar las fiestas es uno de los pecados que más atraen los justos castigos de Dios, aún en esta vida.

Dios, en su misericordia y sabiduría infinitas, así lo dispuso.

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