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Para qué estamos en la tierra

Hace cien años, y aún mucho menos tiempo, no existíamos. Ahora existimos, estamos en este mundo. Dentro de algún tiempo, tal vez muy pronto, moriremos. Es muy justo y razonable, pues, que averigüemos seriamente: ¿Quién nos ha dado el ser que tenemos? ¿Para qué estamos en este mundo? ¿Qué será de nosotros después de la muerte?

La razón iluminada por la fe nos dice que:

Dios nos ha criado para conocerle, amarle y servirle en esta vida, y después gozarle para siempre en la otra.

El fin para el cual Dios nos ha criado es tan elevado y excelente, que no puede serlo más. Los Ángeles del cielo y María Santísima no tienen otro fin más elevado.

Nuestro fin es infinitamente grande.

Estamos en la tierra para servir a Dios y ganar el cielo; para nada más. (No para danzar al ritmo del mundo)

Por consiguiente, en esto debemos poner todo nuestro empeño y diligencia.

A Dios se le sirve guardando sus mandamientos.

La religión verdadera nos enseña cuáles son estos divinos mandamientos.

Religión

Religión es el conjunto de los deberes del hombre para con Dios. Debemos servir a Dios como Él quiere ser servido y no como a nosotros nos agrade.

La religión verdadera es la que enseña servir a Dios como Él quiere ser servido.

La religión verdadera nos enseña de dónde venimos, para qué estamos en la tierra y cuál será nuestro paradero después de la vida presente.

El asunto de la religión es, pues, el más digno de estudio para todo hombre de sana razón.

La primera obligación que tiene todo hombre es procurar conocer y practicar la verdadera religión.

La mayor parte de las personas que aborrecen la religión, la aborrecen porque no la conocen.

La religión no es solamente para las mujeres, sino que es también para los hombres, pues todos tienen un alma que salvar. Jesucristo predicó a hombres y a mujeres y confió especialmente a los hombres la enseñanza de su doctrina. Por lo tanto, ¿quién se atreve a decir que para los varones no va la religión?

Indiferencia religiosa o no tener religión

El que profesa una religión, aun falsa, al menos demuestra el deseo de honrar de alguna manera a la divinidad, y puede ser que esté involuntariamente en el error.

Pero el que no quiere tener ninguna religión, manifiesta no querer servir a Dios de ningún modo, se rebela contra Dios y le niega todo homenaje.

Un hombre sin religión no merece ninguna confianza; pues no creyendo en un Dios que premia o castiga, sólo tratará de satisfacer sus propias pasiones, sin respetar derechos ajenos. Se enriquecerá, si puede, aunque sea robando; se entregará a la obscenidad, aún cometiendo las mayores infamias. La única regla de su conducta será el placer y el interés; si para conseguirlos es necesario cometer acciones indignas, las cometerá; en tal caso, su único cuidado será procurar no ser descubierto. (Pensemos un instante en los políticos que no profesan la fe o viven sin practicarla. ¿Qué confianza se merecen?)

La falta de honradez, justicia y demás buenas costumbres son efecto de la falta de religión.

Es lógico: si no hubiera más vida que la presente, nuestro supremo anhelo sería gozar, mientras vivimos, todo lo posible, valiéndonos de todos los medios a nuestro alcance. La virtud que exige mortificación y abnegación, sería una locura.

Si todas las personas trataran de conocer y cumplir bien la santa religión, no habría ladrones, asesinos, borrachos, deshonestos, etc.

La religión condena todo acto indigno, sea quien fuere el que lo cometa.

Hay personas religiosas que tienen algún defecto, como mal carácter, etc. Dios lo permite para que sean humildes. Los impíos notan estas pequeñas imperfecciones de la gente religiosa, y se escandalizan grandemente; pero no sienten rubor de los muchos y gravísimos pecados que ellos mismos cometen.

Bien dice de ellos Nuestro Señor Jesucristo: “Ven la paja en el ojo ajeno, y no ven la viga que tienen en el suyo propio”.

No son buenas todas las religiones

Como hay monedas falsas, hay también religiones falsas. No pueden ser buenas todas las religiones.

No es buena la religión que manda adorar a ídolos y ofrecerles sacrificios humanos.

Ni aún son buenas todas las religiones que se llaman cristianas; pues una afirma lo que otra niega.

Por consiguiente, una u otra de ellas está en el error. No pueden ser todas verdaderas. Las religiones están de acuerdo en algunas verdades, como por ejemplo: que existe la divinidad, que es necesario honrarla, etc. Las religiones falsas tienen siempre algo o mucho que es de la verdadera.

No es, pues, falso todo lo que enseñan las religiones falsas. Hay muchas religiones, porque hombres perversos han querido modificar a su gusto la religión verdadera. La falsedad de una religión está en aquello que se aparta de la verdadera.

Para conocer cuál es la religión verdadera no es necesario conocer y examinar todas las religiones, pues esto sería imposible.

La razón natural nos dicta que debemos amar y servir a Dios, pedirle luz para conocer la verdad y seguirla prontamente al conocerla. Quien esto practica, hace todo lo que está de su parte para seguir la verdadera religión.

El que hace todo lo que está de su parte, no está obligado a más. Nadie se condena por no haber practicado lo que sin culpa no conoció.

El que por error involuntario profesa una religión falsa, creyendo de buena fe que es la verdadera, y procura amar y servir a Dios lo mejor que puede, se salvará.

Sólo Dios es el juez de las conciencias; Él sabe quién está voluntaria o involuntariamente en el error.

Quien se da cuenta de que su religión es falsa, debe dejarla y abrazar la verdadera. No puede seguir la religión de los padres, el que conoce que es falsa.

La religión cristiana es la única verdadera

En Jesucristo se cumplieron todas las profecías referentes al Mesías prometido.

Nuestro Señor Jesucristo manifestó claramente y probó con grandes milagros que Él era verdadero Dios.

La doctrina cristiana es purísima. Sus dogmas no son contrarios, sino superiores a la razón; y su moral enseña al hombre el cumplimiento de los deberes para con Dios, con el prójimo y consigo mismo; a practicar la caridad, abnegarse a sí mismo y refrenar la concupiscencia.

El cristiano que comete una mala acción, ya en esto prácticamente deja de ser cristiano.

Unos pobres pescadores, a quienes Jesús nombró sus Apóstoles, fueron los encargados de predicar esta doctrina, tan contraria a las pasiones humanas. En la rápida propagación del cristianismo se ve bien claramente el dedo de Dios, y no la obra de los hombres.

Innumerables mártires derramaron su sangre por la religión cristiana en forma tal, que sólo Dios podía darles la fortaleza de ánimo y aún la alegría, que mostraban en medio de los mayores tormentos.

La religión enseñada por Nuestro Señor Jesucristo es, pues, divina y la única verdadera.

La religión existe desde que empezó a existir el hombre.

La religión primitiva, es la revelada por Dios a nuestros primeros padres Adán y Eva, que la transmitieron a sus descendientes.

La religión mosaica, es el conjunto de dogmas y preceptos revelados por Dios al pueblo Hebreo, por medio de Moisés. La religión mosaica fue obligatoria para los Hebreos y debía durar sólo hasta la venida del Mesías.

La religión cristiana es obligatoria para todos los hombres.

Jesús dijo a sus Apóstoles: “Id, enseñad a todas las naciones, predicad el Evangelio a toda criatura. Aquel que creyere y fuere bautizado, se salvará; aquel que no creyere, será condenado”. (San Mateo, XXVIII,v. 18 y 19).


Conclusión:

Hay una sola religión para ser practicada: la que Dios mismo reveló en su Hijo Jesucristo. Saber esto es esencial para cualquier hombre. Debemos ayudar a los hombres a encontrar esta Verdad sanadora y salvadora, haciendo lo que Nuestro Maestro nos mandó: predicar a todo el mundo, para que el mundo se salve. La Verdad libera; la Verdad salva.


Luis María



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