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En la lección anterior decíamos que la historia continuaba… Y he aquí que continúa de la siguiente manera: en un Misterio.

Hoy les presentamos el Misterio de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Hoy estudiaremos el segundo artículo de nuestro hermoso Credo: “CREO EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR”

La Promesa de un Redentor

El hombre, por el pecado original, se hallaba en una condición tristísima. No podía merecer el cielo, y después de una vida llena de culpas y miserias hubiera tenido una eternidad de penas.

Mas la infinita misericordia de Dios no permitió que el hombre caído pereciese.

Cuando Dios echó a Adán y Eva del paraíso terrenal, prometió un Redentor que había de salvar al género humano, y para ello envió a su propio hijo. Esta promesa la encontramos en el libro del Génesis, capítulo 3, versículo 15.

El Señor declaró: “Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Esta sentencia, pronunciada en presencia de nuestros primeros padres, fue una promesa para ellos.

Otras indicaciones sobre el Mesías prometido por Dios aparecen más adelante en el mismo libro. A Abraham le hizo la siguiente promesa: “En un descendiente tuyo serán benditas todas las naciones de la tierra” (Génesis 22,18). A Judá hijo de Jacob, le prometió: "El cetro no será quitado de Judá...hasta que venga el que ha de ser enviado, y éste será la esperanza de las naciones". (Génesis 26, 4-28). Y a David le anunció también que de su descendencia nacería el Mesías.

Necesidad de un Redentor

Era justo que a Dios ofendido por el pecado se le diera la debida satisfacción. Ya vimos antes que Dios es JUSTO, y no puede no serlo.

Mas ninguna pura criatura podía dar satisfacción proporcionada a la ofensa inferida al Dios de majestad infinita.

Por esto fue necesario que el Redentor fuese hombre y Dios.

Como hombre, pudo padecer y satisfacer; y como Dios, pudo dar a esta satisfacción un valor infinito.

De este modo, la justicia de Dios quedó del todo satisfecha, y su misericordia infinita quedó más que manifiesta.

Todo pecado se perdona por los méritos del Redentor, haciendo el hombre de su parte lo necesario para la aplicación de estos méritos. Y de este modo, podemos entrar al cielo y salvarnos.

Los hombres que existieron antes de Jesucristo, se salvaron por la fe en el Redentor, que había de venir.

Los que existimos después, nos salvamos creyendo en el Redentor que ya vino.

Mucho perdimos por el pecado original, pero más ganamos por la Redención. Con razón canta la Iglesia en el oficio del Sábado Santo: “¡Oh feliz culpa, que nos mereciste un tal Redentor!”

Ventajas de la Redención

1ª- Al unirse el Hijo de Dios a la naturaleza humana, la elevó al grado más sublime.

2ª- Por el bautismo somos hechos miembros del cuerpo místico de Jesucristo, que es la Iglesia, de la cual Él es cabeza.

3ª- Al ser bautizados, por los méritos de Jesucristo tenemos más gracia que la que tendríamos sin el pecado original.

4ª- El bautismo borra el pecado original, pero no quita las pasiones, ni las miserias de la vida y de la muerte. Mas estos males se cambian en grandes bienes, pues son causa de continuas batallas y victorias en esta vida; y, por consiguiente, de grandes méritos y premios en el cielo.

Estas batallas y victorias, estos méritos y premios no existirían sin el pecado original.

En tales batallas, si queremos, podemos vencer siempre con la ayuda de Dios; y si en ellas recibimos alguna herida, tenemos por la Redención medios facilísimos para curarla inmediatamente.

Si hipotéticamente existiesen descendientes de un Adán inocente, podrían con razón envidiar en muchas cosas la condición de los descendientes del Adán pecador, redimidos por Jesucristo.

Hemos de procurar, pues, aprovecharnos de los tesoros infinitos de la Redención, más bien que quejarnos de nuestros primeros padres.

Nuestro Señor Jesucristo

De las tres Personas Divinas se hizo hombre la segunda, que es el Hijo. El Padre no se hizo hombre. El Espíritu Santo tampoco se hizo hombre.

Aunque las tres Personas divinas son un mismo Dios, sólo una Persona se hizo hombre.

Ejemplo: Un dedo de la mano puede tener un anillo, sin que lo tengan los otros dedos.

Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre. Jesucristo es llamado Jesús, Salvador, Cristo, Redentor, Mesías, etc.

Jesús significa lo mismo que Salvador.

Cristo significa ungido del Señor.

Y Mesías significa enviado del Señor.

El Hijo de Dios, al hacerse hombre, no dejó de ser Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.

Jesucristo tiene una sola Persona que es divina. No tiene persona humana. Jesucristo, en cuanto hombre, subsiste sólo unido inseparablemente a la Persona del Hijo de Dios.

Jesús tiene dos naturalezas, divina y humana. Tiene naturaleza divina, porque es verdadero Dios; tiene naturaleza humana, porque es verdadero hombre.

Naturaleza divina significa ser divino; y naturaleza humana, ser humano. Jesucristo tiene, pues, el ser divino y el ser humano, pero no la Persona humana.

Las naturalezas divina y humana están unidas a la Persona del Hijo de Dios. La unión de la Persona del Hijo de Dios con la naturaleza humana se llama unión hipostática.

Jesucristo tiene cuerpo y alma como los demás hombres.

Tiene dos entendimientos; uno divino y otro humano.

Tiene dos voluntades; una divina y otra humana.

Tiene una sola memoria; sólo en cuanto es hombre.

En cuanto Dios, es igual al Padre: en cuanto hombre, es menos que el Padre. Así se deben entender algunas de sus expresiones, como cuando dice que “ni el hijo del hombre conoce el día y la hora”.

Cuando hablamos del Misterio de la Santísima Trinidad dijimos que en Dios hay tres Personas y una sola naturaleza. Ahora, en este Misterio de la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, afirmamos: en Jesucristo hay una sola Persona y dos naturalezas.

El cuerpo de Jesucristo debe ser adorado, por razón de la Persona Divina a la que está unido. En la Eucaristía está Jesucristo, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad; y este otro misterio lo estudiaremos más adelante. La Eucaristía, por tanto, debe ser adorada, y no profanada.

Jesucristo es el Hijo único de Dios Padre, porque sólo Él es Hijo suyo por naturaleza; nosotros somos hijos de Dios por adopción.

Jesucristo es Nuestro Señor, porque es Dios y nos ha creado y nos ha redimido, dando como precio su propia sangre en la cruz.

De esta manera, entonces, la historia prosiguió bien, y terminará aún mejor: la parte del fin de la historia está narrada de modo profético en el último libro de la Santa Biblia, que se llama Apocalipsis y significa revelación. El Apocalipsis merece todo un curso aparte, que Dios mediante, se lo encargaremos a un gran amigo y lector de nuestro del blog, para que nos lo explique magistralmente.


Luis María.

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