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Las personas unidas en matrimonio: 

1º Han de guardarse inviolablemente fidelidad conyugal, y portarse siempre en todo cristianamente. 

2º Han de amarse, llevarse bien y tenerse paciencia mutuamente, viviendo en paz y concordia. 

3º Si tienen hijos, han de pensar seriamente en proveerles de todo lo necesario, en darles cristiana educación y dejarles en libertad de elegir el estado a que Dios los llama. 

4º No traspasar los límites de lo lícito. 

Las palabras dichas por Dios a Adán y Eva: “Creced y multiplicaos” manifiestan claramente que el fin primario del matrimonio es la propagación del género humano. Faltan, pues, muy gravemente los que maliciosamente impiden este fin. 

Este pecado atrae sobre los culpables grandes castigos del cielo: enfermedades, muertes prematuras y desgracias sin número son sus funestas consecuencias en esta vida, y el tormento eterno del infierno en la otra. 

Dios castigó con muerte repentina y condenó a perpetua deshonra a un nieto del Patriarca Jacob, porque cometió esta iniquidad. Las uniones voluntaria y criminalmente estériles, dice Bossuet, merecen la maldición de Dios y de los hombres: son un verdadero peligro social. No hay nada que justifique y excuse semejante abominación; ni aun la falta de salud, ni la pobreza. 

Todo casado, buen cristiano, debe decir: Gustoso acepto todos los hijos que Dios quiera darme, y en Él pongo toda mi confianza. 

Los padres de familia numerosa merecen las bendiciones de Dios y de la sociedad.  Muchas veces Dios les premia ya en esta vida, dándoles hijos que los sustenten en la vejez, y sean su consuelo, honor y gloria. Pero, principalmente en el cielo Dios recompensa muy abundantemente todos los trabajos y desvelos ocasionados por el cuidado de la vida, manutención y educación de los hijos. 

Todo lo que los padres hacen a favor de sus hijos, Dios lo tiene como hecho a Sí mismo.

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