tiempo estimado de lectura : 3

La caridad

La caridad consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. 

En el amor de Dios y del prójimo está comprendida toda la ley de Dios.      

El amor de Dios  

Hemos de amar a Dios sobre todas las cosas, porque Él es infinitamente bueno, y porque de Él recibimos todo bien.    

Siendo Dios infinitamente bueno, merece amor infinito. Sólo el mismo Dios puede amarse como Él merece ser amado. Nosotros, ya que no podemos amar a Dios como Él merece ser amado, debemos amarle tanto cuanto podamos. La medida de nuestro amor a Dios sea amarle sin medida, amarle cada día más y más. 

Dios es quien nos da y conserva continuamente todo cuanto tenemos; sin su ayuda no podemos mover ni un dedo de la mano; y nos tiene preparado un paraíso eterno de delicias infinitas. Nuestro corazón debe, pues, ser todo para Dios.  

Todas las demás cosas debemos amarlas tanto, cuanto nos conducen a Dios, y detestarlas tanto, cuanto nos apartan de Dios. 

El verdadero amor de Dios consiste en guardar sus mandamientos. N. S. Jesucristo dijo: "Si alguno me ama guardará mi palabra", esto es, mis mandamientos. La regla, pues, para conocer si uno ama a Dios, es ver si guarda sus mandamientos. 

Todos los hombres, a excepción de alguno muy depravado, dicen que aman a Dios; pero muchos lo dicen falsamente, porque no cumplen sus mandamientos. No queramos nosotros decirlo falsamente, sino con verdad. Repitamos con mucha frecuencia y de todo corazón la siguiente jaculatoria: "Dios mío, os amo sobre todas las cosas, porque Vos sois infinitamente bueno y porque de Vos recibo todo bien".         

El amor al prójimo  

Hemos de amar al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Debemos recordar siempre que el prójimo es imagen e hijo de Dios, y un hermano nuestro.   

Es imagen de Dios:  todo hombre lleva grabada en el alma la imagen de Dios. 

Es hijo de Dios:  todos podemos y debemos llamar a Dios Padre nuestro

Es hermano nuestro:  todos descendemos de Adán y Eva, y tenemos un mismo Padre, que es Dios. 

Además, todo hombre tiene un Ángel que lo guarda...

Estas consideraciones deben infundir en nuestros corazones un gran respeto y amor a todo ser humano. Nuestro prójimo o semejante, es todo el que está o puede ir al cielo. Todas las personas de este mundo son nuestro prójimo, aún los malos; pues mientras viven, pueden hacerse buenos e ir al cielo.  

Nuestro respeto y amor debe ser para toda persona de cualquier raza, religión, idea u opinión. Pero no se debe decir: Yo respeto toda religión, idea u opinión; porque si éstas son falsas, constituyen un error. El error, el vicio, el pecado no merecen ser respetados, sino destruidos. Ataca al error, pero respeta a la persona, dice San Agustín. Con tal que no se haga con espíritu de venganza, no es contra la caridad desear y aún procurar que los malos sean castigados por la autoridad competente. 

Hemos de tratar a nuestro prójimo como nosotros queremos ser justamente tratados. Todos queremos que se nos trate muy bien, con toda consideración; tratemos, pues, así a los demás. 

Los brutos animales no son nuestro prójimo. No obstante, se deben evitar dos extremos: hacerlos sufrir sin necesidad, y tratarlos con tanto regalo como si fuesen personas. 

Los dos mandamientos de la caridad, por tanto, son:

1º- Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. 

2º- Amarás al prójimo como a ti mismo.

Conclusión:

Hoy hemos visto la tercera virtud teologal, que es la CARIDAD. Ella es la base para obrar bien. Esta tercera parte que hoy comenzamos, trata sobre lo que debemos obrar. 

Veremos próximamente los 10 mandamientos, que son las "obras" que Dios mismo nos manda con detalle realizar, pero ciertamente, con amor y por amor.

Nunca olvidemos esa frase de Jesús: "Si alguno me ama guardará mi palabra", es decir, los mandamientos que nos dejó. Así como hay cristianos falsos por no ser practicantes, así los hay por no guardar algunos de los 10 mandamientos. ¡Qué exigente había sido ser seguidor de Cristo! Sin embargo, su yugo es suave y ligero, PARA LOS QUE LO AMAN.

Que Nuestro Señor y su Santa Madre nos concedan esta gracia de amarlo.

Nos vemos la semana que viene en

Formación con Luis María

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO